mayo 02, 2013

ESPATOLINO (XII)

 
Estrategias para una traición
 


-XII-
 
La convulsión y el síncope que padeció sucesivamente Anunziata fueron precursores de una fiebre violenta, que la rindió completamente cerca de las nueve de la noche. El letargo inseparable de aquel género de calentura era interrumpido a intervalos por accesos de delirio; entonces hablaba de traiciones, de cadalsos, de lagos de sangre en que se sumergía. Rechazaba con esfuerzos vehementes no sé qué fantasma que, según podía inferirse de sus inconexas palabras, se le presentaba amenazador y terrible. En algunos momentos parecía prestar la mayor atención como si alguno le hablase en voz muy baja, o se afanase por comprender el origen de algún rumor vago que llegase a sus oídos; pero enseguida lanzaba estremeciéndose agudísimos gritos, y repetía despavorida:
 
-¡Es él!, ¡es el mismo búho que graznaba sobre la cabeza de Espatolino!
 
Otras veces se figuraba estar en presencia de su tío, y le reconvenía por no querer salvar del patíbulo a su esposo, o bien, convirtiendo de súbito en el mismo rey a su imaginario interlocutor, le dirigía con patético acento las más humildes súplicas, implorándole a nombre de su hijo, cuya voz (decía) escuchaba resonar en sus entrañas.
 
La fiebre parecía cobrar mayor violencia por instantes; un ligero y lustroso sudor humedecía sus facciones desencajadas; su respiración se hacía más difícil progresivamente; su pulso era duro y desigual, y se quejaba de que le apretaban la cabeza con un círculo de hierro. Espatolino estaba desesperado. Quiso enviar a llamar con uno de los suyos algún médico del pueblo; pero il Silenzioso le advirtió que sólo había uno en la actualidad, y que se aseguraba generalmente que podían aplicársele aquellos versos:
 
 
Quando il becchin sentiva che chiamato
Era el medico tal per una cura,
Senza stare a informarsi del malato
Facea la fossa per la sepoltura. (1)
 
-Pero conozco un hombre muy hábil que aunque no esté recibido de médico pasa por profundamente instruido, y ha hecho curas maravillosas -añadió il Silenzioso-. Vive a una milla de aquí, en el camino de la Riccia, en una casita aislada, pues es un sabio que sólo se ocupa de la Física y de la Astronomía. Mi hijo le conoce, y si el capitán lo permite saldrá al punto en su busca.
 
-¿Creéis que vendrá? -preguntó Espatolino.
 
-Es un hombre muy filantrópico, y su mayor placer consiste en asistir a los enfermos.
 
-Pues bien, que parta al punto vuestro hijo, y en anticipada muestra de mi gratitud, haced que le lleve este anillo de brillantes.
 
El Silencioso salió con prisa a cumplir la orden, y Espatolino se puso de rodillas a la cabecera de la enferma, que entonces parecía aletargada. Contemplola largo rato con dolorosa atención: el rostro de la joven se desfiguraba más y más; ligeros estremecimientos recorrían sus miembros rígidos; y aunque permanecía inmóvil, notábase la opresión de su seno por la dificultad con que respiraba. Pietro, creyéndola moribunda, lloraba tendido junto a los pies de la cama; sus sollozos atormentaban de tal manera el corazón de Espatolino, sin ellos ya demasiado afligido, que le mandó salir de la estancia. Solo con su mujer, abandonose a toda la amargura de su dolor; lágrimas silenciosas corrieron entonces por sus mejillas, y sus manos apretadas contra su pecho señalaron en él sus uñas:
 
-¡Anunziata!, ¡vida mía! -la dijo-, ¿qué sientes?, ¿por qué no me diriges una palabra?, ¿ignoras que está aquí tu Espatolino?
 
Entreabrió ella sus ojos secos y ardientes, y los clavó en él, pero sin conocerle, murmurando enseguida algunas confusas frases, de las cuales sólo éstas, entendió su esposo:

-El perdón... ¡si no, morir!... vale más morir que soportar esta existencia. ¡Él no quiere!... mi hijo está agonizando en mi seno, porque no quiere nacer para ser un ladrón como su padre. Su padre ha declarado la guerra a Dios y a los hombres... Dios tiene un infierno, los hombres un patíbulo... mi hijo no quiere ni el infierno ni el patíbulo... ¡quiere el perdón!, ¡el perdón es la vida!
 
-¡Oh!, ¡esto es demasiado! -exclamó con desesperación Espatolino-. No hay crimen que no sea expiado por tan atroces padecimientos. Yo pudiera darle la vida -añadió después-, pudiera darle la felicidad... ¡pero a qué precio! ¡La traición!... ¡no!, ¡nunca!, ¡nunca! -prosiguió tendiendo las manos, como si rechazase a alguien-. ¡Déjame, demonio tentador!... ¡que muera ella, que muera mi hijo!, ¡perezcan cien veces antes que Espatolino rescate sus vidas a precio de una infame alevosía! ¡Ellos!... ¡mis compañeros!, ¡mis leales amigos!, ¡ellos, infelices como yo!, ¡ellos, que darían su sangre por una gota de la mía!... ¡Infamia!, ¡maldito sea el hombre infernal que osó proponérsela a Espatolino!
 
-Ese pájaro negro me está picoteando los ojos -murmuró con acento de dolor la enferma-, está graznando en mis oídos... el frío de sus alas hiela mi frente... ¡me pesa como si fuera de mármol!... no puedo más... esto es... ¡la muerte!
 
Cerráronse nuevamente sus ojos y volvió a aletargarse. Espatolino apoyó la cabeza en el borde del lecho, y apretó entrambas manos sobre sus labios para ahogar los gemidos que pugnaban por salir de su angustiado pecho.
 
Era la hora solemne de la medianoche; la lámpara que ardía sobre una mesa estaba cubierta con una gasa oscura, al través de la cual derramaba en la estancia una claridad débil y fúnebre. Todo estaba en silencio, sólo se oían la penosa respiración de Anunziata y los desordenados latidos del corazón de Espatolino.
 
De repente aquélla se estremece y exclama con acento profundo:
 
-¡La traición!... ¡eso es horrible! ¡Dios no quiere la traición!
 
-¡Alma de mi vida! -dijo Espatolino-, tranquilízate, no existe la traición cerca de ti.
 
-¡Ella va a estallar sobre tu cabeza! -pronunció una voz clara y varonil, aunque modificada por la cautela.
 
Volviose Espatolino y vio de pie a sus espaldas a un joven robusto, de semblante expresivo y ojos perspicaces.
 
-¡Gennaro Occhio linceo!, ¿qué has dicho?
 
-¡La verdad!, esa niña en un sueño o en un delirio, acaba de anunciártela también. La traición vela junto a ti, Espatolino; ¡huye, o estás perdido!
 
-¡La traición!, ¿quién?, ¿cómo?... ¿acaso Rotoli?
 
-No conozco ese nombre; pero los traidores están cerca de ti, bajo tu mismo techo.
 
-¡Bajo mi techo!... ¡cómo! ¿El Silencioso?...
 
-No, tus camaradas, tus súbditos: ¡Roberto y sus compañeros!
 
-¡Mientes! -gritó Espatolino poniéndose en pie con gesto amenazante.
 
-No hables tan alto, por amor a tu vida; he expuesto la mía por darte este aviso; he logrado, con no pocos trabajos y astucias, escaparme de mi estancia sin ser visto y llegar a la tuya, pero desconfían y me acechan. Ambos estamos en este instante en inminente peligro y es preciso abreviar la conferencia.
 
-¡Estás loco, Gennaro! -dijo Espatolino-, has tenido alguna pesadilla.
 
-Bien larga, a fe mía -respondió Occhio linceo, con amarga sonrisa-; pues hace muchas horas que estoy padeciendo una penosa angustia, temeroso de poder llegar hasta aquí sin ser notado, en cuyo caso estábamos perdidos.
 
Espatolino se aproximó más a su interlocutor; una expresión indefinible se veía en su rostro y dijo:
 
-¡El infierno entero se ha entrado en mi alma! Explícate, Gennaro, porque creo que va estallar mi cabeza y quiero saber antes lo que significan tus palabras.
 
-No las has comprendido, ¡corpo di Dio! ¡Capitán!, te repito que los momentos son preciosos y no hay que perderlos. ¡Escucha!, tus camaradas y los míos se han convenido en comprar su indulto a precio de tu cabeza. Muchos días hace que el pérfido Giacomo se atrevió a hacernos tan odiosa proposición; pero entonces fue desechada. Ya sabes que Braccio di ferro y cuatro de sus amigos rehusaron obedecerte y fueron a reunirse con Lappo; pero ignoras que los mismos que cumplieron entonces tus mandatos participaban del descontento de los rebeldes. Cuando Baleno intentó expresarte, a nombre de todos, el disgusto con que veían la mudanza de tu carácter y el descuido con que ejercías tus funciones de capitán tuviste la imprudencia de amenazarle...
 
-¡Su audacia merecía la muerte! -dijo con sorda voz Espatolino.
 
-Y tu soberbia le pareció a él digna de su venganza -respondió Occhio linceo-. Desde aquel momento fue tu enemigo, porque te hubiera creído justo si le mandabas ahorcar por la menor infracción de la disciplina; pero te juzgó tirano cuando rehusaste escucharle como a un camarada celoso de tu gloria. Giacomo tuvo ya un auxiliar, y un auxiliar temible, porque Baleno goza de influencia entre los nuestros. El huracán que se formaba sobre tu cabeza estalló sordamente cuando nos mandaste correr las cercanías en busca de tu mujer, mientras que todos estaban impacientes por ir a la expedición propuesta por ti mismo, y de la que se prometían tan considerables ventajas. Tu pérdida fue resuelta, y si volvieron aquí sólo fue para asegurarla. Esta tarde nos hemos reunido cerca de la Madonna di Gallora (2), para convenir definitivamente en los medios de librarnos de ti. Giacomo repitió su proposición, porque anhela su indulto, y Baleno, que en otra ocasión le había llamado infame, la apoyó ahora, porque quiere vengarse. Su dictamen conquistó el de otros; solamente Roberto, Irta chioma y yo rechazamos la traición; pero estábamos en minoría. Roberto cedió por fin; Irta chioma resistió por mucho tiempo; pero notó señales de inteligencia entre los otros, temió que le asesinasen allí mismo, y como es un mozo que aunque sabe cumplir con su obligación cuando llega el caso, no está dotado de una gran fortaleza de espíritu, se intimidó al ver que era el único que se oponía a una resolución ya irrevocable tomada, y suscribió a todo obligándose con juramento. He dicho que Irta chioma era el único que resistía, y de eso inferirás que yo, luego que me convencí de que era inútil trabajo el tratar de disuadir a aquellos malvados, fingí participar de su opinión y no hablé ni una palabra más. Pero todos conocían mi adhesión a ti y lo mucho que te debo, capitán, y desconfiaron con razón de mi sinceridad; por eso me espían, y por eso sólo a fuerza de sutileza y disimulo he podido burlar su vigilancia y llegar hasta ti para advertirte lo que pasa.
 
-¡Esto es horrible! -exclamó Espatolino-, ¡yo pierdo el juicio!
 
-¡Baja la voz en nombre del cielo! -dijo Occhio linceo-, y escúchame. Está decidido que al romper el alba parta Baleno a Roma; sabes bien que se publicó un bando en que se ofrecían por tu cabeza diez mil escudos, y además el perdón absoluto de los culpables, si eran de los tuyos los que prestaban este servicio al Gobierno. Baleno, fiado en este bando, va a entablar las negociaciones, ofreciendo tu vida por el indulto suyo y de los otros catorce.
 
 
Pastores en el camino que conduce a Roma -la ciudad eterna-, cuya vista se presenta al fondo.
 
Espatolino cayó en tierra como si todos los músculos de su cuerpo se hubiesen quebrantado:
 
-¡Traditori! -fue todo lo que pudo decir.
 
-Aun contando con el hijo del Silencioso -prosiguió Gennaro-, pues el padre es un viejo que no sirve para maldita la cosa, y con Pietro, que es un gallina que no sabe disparar un fusil, sólo somos cuatro; sería locura el pensar en acometerles durante esta noche, en que sin duda no dormirán muy tranquilos. Lo más seguro es que aproveches estas horas para salir furtivamente con tu mujer y con Pietro, y que andéis deprisa hasta llegar a un paraje que os parezca seguro. Yo, si me necesitas, no tengo reparo en acompañarte, pero como estoy espiado pudiera comprometer tu fuga, y quedándome aquí algunas horas más facilitaría los medios de escaparme, antes que se advirtiese tu ausencia, y correría a buscar a Estéfano y a Lappo, que no dudo se conserven leales, para que acudiesen con su gente al sitio que escojas para tu retiro.
 
-¡Traditori! -volvió a gritar Espatolino, rugiendo como un león herido.
 
-No es tiempo de hacer lamentaciones -dijo Gennaro-, sino de huir; acuérdate que al rayar el alba partirá Baleno a Roma; que su proposición será aceptada, y que Roma sólo dista de aquí seis leguas, es decir, que mañana por la noche ya puedes haber entablado conocimiento con los gendarmes, y algunos días después con el verdugo. Yo no puedo detenerme más; ¡adiós!, dispón tu fuga y buen viaje.
 
-¡Aguarda! -dijo levantándose Espatolino-. Mira; mi mujer está agonizando; es imposible la fuga. ¡Oh!, ingratos -añadió golpeándose la frente con sus puños-, yo la dejaba morir... ¡a ella!... ¡la dejaba morir cuando ellos me vendían!
 
-¡Y bien!, ¿qué piensas hacer? -preguntó impaciente Occhio linceo-. ¡Pero silencio!... ¡He sentido rumor!... ¡Sangue dell’ostia!, ¡estamos descubiertos!, ¡somos perdidos!
 
-No hay cuidado -respondió una voz sumisa-; soy yo, Pietro, y el pobre Rotolini, que no sabe qué hacer sin la capitana, que le tiene acostumbrado a dormir a sus pies.
 
-Calla, pues, y retírate -dijo bruscamente Espatolino-; ¡desgraciado de ti si ocasionas el rumor de una mosca que vuele!
 
-No hay cuidado -repuso Pietro saliendo de puntillas-; Rotolini y yo callaremos como dos cadáveres.
 
Espatolino se acercó a Gennaro, y asiéndole del brazo derecho con su mano férrea, le dijo en voz muy baja y profundamente rencorosa:
 
-¡No puedo partir, pero quedándome aquí puedo salvarme y vengarme!
 
-No te entiendo -respondió encogiéndose de hombros Occhio linceo.
 
-Escucha: me has dado una prueba de lealtad, y tengo muchas de tu valor. Sé que tu ojo es certero y tu mano segura.
 
-¡Ya lo creo!... ¡por vida de Júpiter!, me llaman Occhio linceo.
 
-Baleno saldrá para Roma dentro de algunas horas.
 
-Ya son las cuatro o cerca de ellas; a las cinco poco más o menos se pondrá en camino, y como llevará un caballo de los mejores, bien se puede asegurar que estará en Roma a las nueve.
 
-Ese viaje es muy corto -dijo con sombrío acento Espatolino.
 
-Ya lo conozco; ¡pero qué hemos de hacer!
 
-Obligarle a emprender otro más largo.
 
-¿Adónde diablos?, ¿ni cómo hemos de poder obligarle?...
 
-Te llaman Occhio linceo: tu ojo es certero y tu mano segura; el camino de Gensano a Roma es, a trechos por lo menos, bastante solitario.
 
-¡Voto a sanes, que hasta ahora no te había entendido!
 
-¡Pero ya me entiendes! ¡Y bien!, ¿quieres hacer a tu capitán este último servicio?
 
-¡Y diez más, corpo della Madonna! ¿Pero qué conseguirás con eso? Cuando vean que no vuelve Baleno mandarán a otro, y... a menos que creas posible irlos despachando de igual modo uno a uno... pero eso es difícil porque sospecharán.
 
-¡No!, me basta con Baleno; si se logra que no llegue a Roma, al otro día nada tendré que temer: ¡estaré salvo y vengado!
 
-Eres muy sabio, capitán, y no dudo que será como dices. ¡Dios lo quiera! Conque yo sólo tengo que hacer...
 
-Que Baleno emprenda un viaje más largo.
 
-¡No volverá de él, te lo juro! Pero luego, ¿qué haré?
 
-Ponerte en salvo, y procurar ser dichoso -dijo Espatolino con voz trémula.
 
-¿No volveremos a vernos?, ¿no me citas a algún paraje?
 
-¡No, amigo mío!, olvídame, y pues eres rico, sal de Italia y proporciónate una existencia tranquila en cualquier país extranjero.
 
-La tranquilidad no me parece gran cosa, que digamos, porque fui soldado en otro tiempo, y a no ser por un bofetón inmerecido que me dio mi teniente... El hombre no siempre es dueño de sí mismo; aquella afrenta me causó coraje... tenía el sable al lado, y no sé cómo diablos me lo encontré en la mano. ¡Dios haya perdonado al bruto del oficial! Buen bofetón me dio, y tristes consecuencias ha tenido. ¡Desde entonces soy bandolero!
 
-Si dejas de serlo -repuso con alterada voz el capitán-, si te cansas de una profesión sangrienta, procura noticias de Espatolino; será entonces un laborioso labrador, oscuro, pero dichoso; poseedor de una mujer angélica y de uno o más hijos preciosos. Su puerta siempre estará abierta para ti; su corazón también... ¡ah!, ¡su corazón está despedazado, es verdad!, pero he conocido un hombre leal: ¡tú!; dos mujeres santas: ¡mi madre y mi esposa!, por eso no te digo que la humanidad es perversa, aunque ellos también hayan sido infames y traidores: ¡ellos que eran mi última fe!
 
-¡Que Dios los castigue! -dijo Occhio linceo.
 
-¡Y yo! -añadió Espatolino volviendo a recobrar su gesto y su tono amenazador y lúgubre.
 
-Así sea, capitán; bien merecido lo tienen.
 
-¿Cuándo partirás?
 
-Si lo veo posible ahora mismo, si no algunos minutos antes que él; diré que tengo un cólico, y que voy a consultar a un médico de Genzano; acaso creerán que trato de escaparme, pero no importa; no sospecharán la verdad y eso basta. Pero si por desgracia llegasen a sospechar y me impidiesen salir...
 
-En ese caso no hay otro remedio que morir matando -respondió Espatolino.
 
-Entendido, capitán. Que la Santa Madonna nos asista.
 
-Adiós, Gennaro, recibe un abrazo de tu amigo.
 
Los dos bandidos se abrazaron estrechamente y se separaron: el uno volvió cautelosamente a su habitación, el otro a la cabecera de su esposa, a la que halló bañada en sudor.
 
-¡Dios sea loado! -exclamó; era la primera vez en veinte años que aquellas palabras salían de su boca-. Este sudor indica una crisis: el pulso está mejor... la respiración más libre.
 
-¿Quién habla? -preguntó ella con voz lánguida.
 
-¡Yo!, ¡tu esposo!
 
-He tenido un sueño espantoso... soñé que... ¡no me acuerdo!, pero tengo ideas confusas... ¡sí!, te había perdonado el rey, pero luego retiró su palabra, y, dijo... ¡que te matasen, o que matases tú a tus compañeros!, ¡no dejó otra alternativa el cruel!... Todo eso ha sido un sueño, ¿no es verdad?
 
-No todo, amor mío. Tenemos esperanzas del perdón.
 
-¡Las tenemos!
 
-Sí.
 
-¿Me lo juras, Espatolino?
 
-Te lo juro por Dios, en quien ya creo como tú.
 
-¡Crees en Dios!... ¡ah!, ¿será que estoy soñando todavía?, ¡que no despierte jamás!, ¡que muera soñando!
 
-No morirás; vivirás para mí, para nuestro hijo; seremos buenos, ¡felices!
 
-¡No me engañes!, ¡mira que he padecido mucho y siento un trastorno!... ¿Estaré loca, Espatolino?
 
-¡No, ángel del cielo! Tranquilízate; descansa, procura cobrar fuerzas para la dicha.
 
-¡La dicha!, ¡sí!... Tienes razón; ¡yo necesito la dicha!

 
Murmuró algunas palabras que no pudieron entenderse, y se quedó dormida.
 
Espatolino velaba su sueño, besando sus cabellos esparcidos sobre la almohada; pero cualquiera que le hubiese observado habría conocido que a pesar de la dicha que era para él contemplar el alivio de su esposa, un dolor profundo desgarraba su corazón, y escucharía salir de su boca contraída esta frecuente exclamación: «¡Traditori!».
 
Hacia las cuatro de la madrugada oyose el ruido de las pisadas de un caballo.
 
-¿Vuelve el hijo del Silencioso que fue a buscar al médico? -preguntó Espatolino a Pietro, que había vuelto a situarse a los pies del lecho de la enferma.
 
El mancebo abrió un balcón cautelosamente y observó por él. Luego volvió de puntillas y dijo muy bajito:
 
-Es Occhio linceo que se marcha; lo he conocido, a pesar de que aún es de noche.
 
-¡Bien! -dijo Espatolino-, llama al Silencioso, pues tiene que llevar una carta a Roma apenas despunte el día. Dile que quiero traer para la asistencia de mi esposa un famoso médico residente en aquella corte; ¿entiendes?, el médico se llama Angelo Rotoli.
 
-¡Angelo Rotoli!
 
-¡Silencio, y obedece!
 
El mozo salió, y Espatolino escribió sobre sus rodillas este billete:
 
«He leído vuestra carta y os creo sincero. En este concepto quiero conferenciar con vos sin testigos, y os espero solo junto a las minas de las tumbas que están a la derecha en la vereda del camino que conduce a Roma, a tres millas y media de Genzano. Mañana martes a las siete de la noche estaré allí. ESPATOLINO».

 
 
Continuará…
 
Notas de la Autora:
 
(1)   Sabiendo el sacristán que era llamado
Aquel sabio doctor para una cura,
Sin preguntar quién fuese el desgraciado
Se daba prisa a abrir la sepultura

 
(2)   La Madonna di Gallora es una iglesita aislada a media milla de Genzano.


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